...

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Madrugada en el bosque
Érase una vez un borrego
de la juventud un alma
por dónde medita el búho
y los lobos aúllan andaba.

Cuélgase de una torre
de corteza y corona verde
para comer de las tejas
la jugosa progenie que pende.

Al masticar el inocente
en su cabeza de nuevo
invoca querer más comer
por ver a lo alto otra.

Pie sobre rama, mano
al hueco, rodillas heridas,
saliva escapa de su cueva carnal
el niño con ojos no de tristeza llorosos.

Tan cerca, ¡ya casi!
pero la encarnación de la
inocencia fue con su
naturaleza consecuente
y
sin mirarlo quiébrase
el brazo del tronco
castigando la avaricia
del niño con gravedad.

© Amador Gracián