...

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🌙

Once y once,
pensar en ese entonces,
precipicios mentales,
cables recubiertos de bronce.

¿Bronce?
Siempre bronce,
nunca plata,
oro ni esmeralda.

Once y once,
rutina de Londres,
amargura en las calles,
que en tus ojos también se esconde.

¿Se esconde?
Se encienden sus bordes,
pupilas de cobre,
que huyen pero no saben adónde.

Once y once,
once del nueve,
o nueve del once,
pero justo a las nueve,
cuando cae la noche.

Entierros nocturnos,
visitas sin turno,
¿vengo a las once
o te pongo en un apuro?

Once y once
refleja mi reloj de bronce,
en el humo de los sahumerios,
en el cuadro aquel de mis afectos.

¿Afectos?
¿Qué haría yo sin tu afecto?
¿Si dejaras sucios los cubiertos
y te llevaras los platos a tus aposentos?

Once... Once y doce.
Justo cuando ya cayó la noche,
la "hora mágica" se desvanece,
las suposiciones se desaparecen.

Se desaparecen, en vino tinto se disuelven,
y aunque en supersticiones yo nunca he creído,
a la hora espejo le he pedido
algo de corazón y un pedacito de tu abrigo.

Once... Once y doce.
He dejado pasar el reflejo de las once.

Once... Once y trece.
No es espejo, pero se le parece.

Once... Once y catorce,
visualizo finalmente,
mientras mi cuerpo se adormece
en la magia oscura y secreta de la noche.

© Ludmila Juno