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Castiella la Vieya
Ya por los tiempos del horizonte a donde no alcanza la vista,
y nuestro apellido ya no queda escrito ni en piedra en el museo,
muerto y desangrado leía sus poprias palabras engrabadas en barro el soldado,
que arrepentido de servir en contra propia por sentido común y temor repetía en alto:

-Prefiero morir muerto mil veces extenuado,
sin un bocado en la boca demacrado
perdido entre robles y barro,
vestido entero dorado
de la pirita de estos montes
consagrado,
prefiero morir y abrazar el vacío
ver a la cuervo llevar mis huesos al olvido;
y que esta historia se entierre conmigo
dándole vida a los últimos árboles de esta desolada tierra,
antes que si quiera dignarme, a mirar a los ojos a esos seres que han quebrado esta historia de laureles y quimeras de cuento contado,
demonios que mataron a Gea
pirómanos del roble;

descuartizaron a sus propios hermanos como lo habían hechos con las cabras y corderos del prao,
y así, qué diferencia hay,
al tiempo que la sangre de mis tripas calcinadas,
se mezclaba con el rojo otoño de las hayas,
subía la vista de este barro y miraba;
pero no pude distinguir ya al cerdo del hombre;
no me quedó nombre para hablar ya de obreros y hermanos,
estaba solo en mi muerte y había perdido el género humano
las pesadillas, como siempre habían ganado

y maldije la historia entera,
qué final este sino crónica, crónica
de una muerte anunciada,
donde viví con ilusiones de Oníria y esperanza;
mientras todos eran ovejas de corral yo quería pastar por Arcadia,
y creo que por fin lo conseguí...
llegar a los más dorados campos de escanda, donde borraré del todo mi alma,
el final de los finales
la tortura de mi más amada.-

Cuando sus compañeros lo encontraron,
poco más era que un charco amarronado y putrefacto;
quien se atrevió a recoger su chapa,
confundido,
notó un pequeño arbolito creciendo entre sus costillas negras,
en el pecho;
un arce rojo,
y en su única hoja otro sueño de otoño,
nueve, tres, cuatro y rojo;
la libertad y otros deseos y despojos,
entre sus venas reblandecidas y deshilachadas
mapas de la más vieja tierra de hadas.

© León de León