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Calada de cigarrillo. (envidia)
El eco de las voces se deslizan por toda la estancia entre el sonido metálico de los cubiertos impactando las vajillas de vidrio y las teclas del piano recitando un nocturno de Chopin. Los comensales hacen caso omiso de su alrededor, concentrándose en su pequeño universo de cuatro esquinas arropadas por un mantel de blanco marfil rodeándolo, simulando un ritual de sacrificio pagano. El austero movimiento de los mesoneros danzando de una mesa a otra posee un alto decoro y etiqueta correspondiente al nivel del restaurante, como cual colibríes posando de flor en flor.

—Estar de ese lado debe ser increíble —se dice Ramsés así mismo viendo la escena cada vez que la puerta de la cocina se abre cuando los mesoneros salen con sus manos ocupadas levantando una bandeja con múltiples platos gourmets altamente decorados—. Pero sólo fui calificado para trabajar en este lavadero de platos ganando 2 dólares al día, mientras los pingüinos esos duplican mi salario sin contar con la propina de los comensales.

En ese momento escucha los aplausos y felicitaciones por la propuesta de matrimonio del otro lado, la aceptación de la dama para casarse con el buen mozo que la acompaña le llena de coraje y tristeza, sus manos dejaron de restregar la esponja jabonosa contra el caldero y sus pulmones se llenaron de un aire cargado de melancolía. Su última relación amorosa de cuatro años habia terminado al descubrir a su amada muy sonriente saliendo de un motel con otro hombre mientras él se dirigía a casa, ilusionado con un anillo de compromiso.

—Que suerte la que tienen algunos —exaspera mientras se retira de la escena dejando la losa acumulándose.

—¿Y usted para dónde va? —le pregunta el supervisor con autoridad férrea.

—No se preocupe, patrón —dice sacando del bolsillo una cajetilla de cigarros—. Saldré un momento a recibir algo de aire —se dirige con velocidad hacia la puerta de servicio antes de que el supervisor vuelva a emitir otra palabra.

Una corriente de aire frío se cuela mientras abre la puerta que da al exterior, su cuerpo reacciona con espasmos debido al radical cambio de clima. Se rebusca en el bolsillo de la camisa el chesquero y prende su cigarrillo dando una profunda y larga calada. Retiene el aire en sus pulmones y alza su mirada al nublado cielo nocturno, busca exaustivamente la luna pero no la encuentra y exhala el humo. Saca su celular para entretenerse un rato por las redes, pero lo que consigue es un cúmulo de personas exhibiendo sus éxitos: carros de lujo, salidas fuera del país, graduaciones universitarias, sonrisas tras sonrisas, personas felices y contentas por sus vidas.

—¡Maldita suerte la mía! A todo el mundo le va bien y consigue lo que desea y cómo lo desea. A la mierda toda esta vida mediocre que llevo desde hace años, a la mierda Susana que me dejó, a la mierda el estúpido supervisor por ser universitario, a la mierda los mesoneros con sus propinas, a la mierda las personas que vienen a este restaurante de mierda que pagan y derrochan platillos gourmets de mierda que ni mi salario de 10 días puede llegar a comprar por mi trabajo de mierda. A la mierda todos aquellos que tienen una vida linda y la publican en estas plataformas de mierda donde personas como yo nos hacen sentir la peor mierda de las mierdas.

Vuelve a calar su cigarrillo y lo tira contra el pavimento, lo pisa y da media vuelta para entrar a la cocina y retomar sus labores.

—A la mierda con la mierda.


Oscar Adrián Díaz.