...

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Reencuentro
Hacía más de veinte años que ese edificio estaba en construcción. Cincuenta metros. Plan de más de doscientos departamentos. Se frenó mucho antes de finalizarse, cuando una mujer se subió a un ventanal sin acabar y se lanzó hacia la grava, muchos metros por debajo de ella. Yo tenía cuatro años. Y la mujer era mi madre.

El mundo ha estado dando vueltas desde que ella se fue. Claro que también lo hacía antes de ella. La extraño. Cincuenta metros. No ha habido suicidios por aquí desde el suyo. Hasta ahora.

Ya lo he probado todo. Nublar la mente con cigarrillos, disolver pensamientos en alcohol, intentar perder vacío en las apuestas, cortar para liberar la rabia de dentro. Todo lo que debería hacerme sentir bien, o menos mal, o al menos sentir algo en lo absoluto. No resultó. No queda ninguna otra salida. Salvo una de cincuenta metros.

Estoy parada sobre uno de los ventanales sin acabar. Quizás el mismo que mi madre. Son cincuenta metros. Abrazada a la columna, balanceo mi pie con vista al vacío, jugando con los pensamientos cada vez más oscuros que rondan mi mente. Por un instante la duda se mezcla con todo lo demás. Siento algo, y es temor. ¿Es realmente lo que quiero? ¿Es en serio lo mejor? Titubeo. Cincuenta metros. ¿Dolerá? ¿Será suficiente?

Una mano invisible me empuja y caigo hacia el asfalto.

Cincuenta metros.

Treinta.

Quince.

Creo que mi madre también me extrañaba.

© Sanctum