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¿Y si tomamos un Uber?
El sol arremete contra la ciudad, la reberveración del pavimento por el calor divisa un espejismo en el horizonte del caliente asfalto, como si la misma calle se estuviese cocinando en brasas imaginarias.

Los transeúntes, hipnotizados por el desgaste diario del trabajo y el calor, se desplazan cabizbajos por las aceras, ensimismados en sus propios pensamientos olvidándose del presente.

El sonido de los carros entremezclandose con la música de varios parlantes de distintos locales, junto a las voces de vendedores ambulantes y colectores de autobus competitivos, sinfonizan una obra catastrófica con el único propósito de atormentar a los habitantes.

Todo aquello ocurre fuera del vehículo blanco. En su interior, el aire acondicionado refresca los cuerpos cansados; el dulce perfume de ella, un aroma de frutas cítricas y flores primaverales, empieza a dominar el ambiente. Una balada de los 80's suena en el reproductor de música, amenizando el viaje.

El caos no llega a filtrarse por la ventanilla, no hay interés en el mundo exterior, solo una pareja que no deja de apartar la mirada en los ojos del otro; ella deleitando el misterioso y cautivador color avellana mientras que él descifra el inexplorado universo de sus ojos café.

Un diálogo de sonrisas mudas, suspiros hondos, largos y extensos, y el roce de los dedos entrelazados en las manos de ambos, hacen que el chófer dirija su mirada al retrovisor en diversas ocasiones para apreciar ese cuadro romántico.


© Oscar Adrián Díaz