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Casonas Legendarias
*CASONAS LEGENDARIAS*
*Escrito por Esperanza Renjifo*


Muchas son las leyendas urbanas que relatan sucesos macabros ocurridos en casas abandonas o deshabitadas. Viviendas que se revisten de misterio gracias a testimonios de personas que aseguran haber visto sombras tras las ventanas. Oído gritos terroríficos o en el peor de los casos, haber observado espectros deambulando por algunos pasillos o habitaciones de dichas residencias. En el Perú, precisamente en la megalópolis Limeña, se mencionan muchas casonas que remontan el ropaje del tiempo, pero son también un peligroso y movedizo terreno que define y retrata historias aisladas de hechos sobrenaturales que datan desde sucesos reales de la época colonial. Y todas, coinciden entre el centro histórico de Lima y Barrios Altos. Zona en la que se elevan desde hace casi doscientos años viejas casonas coloniales que guardan celosamente historias aterradoras a pesar que el paso del tiempo ha dado lugar a anécdotas de lo paranormal, historias de fantasmas, asesinatos, brujas y duendes; muy a pesar de haber sido modernizadas o restauradas. Sin embargo, hoy en día decenas de calles siguen siendo cómplices anónimas y silenciosas de espeluznantes historias que rayan con lo sobrenatural y más parecen cuevas de fantasmas, traspasados por el viento húmedo, por días largos como años, por años inmensos e inmóviles como la eternidad. Ahí no se habita, ahí se inventala vida por el único camino posible: la imaginación. Tanto se inventa, tanto se fábula que ya no es posible hallar la frontera entre la verdad y la irrealidad.


Hoy sobreviven decenas de casonas que han sido convertidas en restaurantes o pollerías. Por ello, el espanto sólo ha sido anécdota de sus ocupantes transitorios o de sus empleados durante las noches o madrugadas. Hablo de las conocidas avenidas; Uruguay, Wilson, Tacna, Jirón de la Unión, Nicolás de Piérola, Jirón Lampa, Jirón Cuzco y la avenida Abancay: El damero histórico de mi Lima Colonial.

He de confesar que muy a pesar que las primeras plantas, de casi todas esas casonas coloniales, hoy en día son en su mayoría comercios de distinta índole. Sus plantas altas aún sobreviven en la mudez del silencio, aunque algunas están hoy ocupadas por instituciones, embajadas o lugares privados. Envolviendo la inteligencia de sus ocupantes por el temor y el espanto. Entonces la inteligencia de sus moradores se vuelve desquiciante. Dando lugar a leyendas urbanas ceñidas por tristezas, ansiedades que cubren lágrimas y deseos de evasiones y soledades.

Entre todas estas casonas destacan algunas como la Casa de Osambela, ubicada en Conde de Superunda. Lugar donde una terquedad que asombra aparece por las noches. Se escucha la voz desgarradora de una mujer vestida de blanco que se pasea gritando insistentemente por los pasillos de la casa, golpeando obstinadamente las ventanas y puertas de los antiguos dormitorios, tratando infructuosamente de ingresar. El mundo de este espectro es siempre uno y lo insólito es que ese sólo mundo es polifacético, diverso. Nace siempre de loco tidiano, diría de lo singular, de lo sin nombre, pero que poco a poco, sin nerviosismo, sin intranquilidades aquel espectro de mujer va recorriendo un lento camino hacia la ruta al erizamiento de quien se tope con ella.



La Casona de San Marcos, ubicada en el parque Universitario; por las noches embestida de ataduras ancestrales, como destinación que jamás abandona ha dado que hablar a los esporádicos vigilantes durante las noches oscuras, en medio de la constatación de una obsesión, de una terquedad que eriza la piel, detectando la aparición de sombras que se pasean por los pasillos que van hacia la capilla de nuestra señora de Loreto o por el salón de grados , o en su defecto, por el patio de derecho o por los pasillos del segundo piso, a pesar que dicha zona permanece cerrada con llave. Haciendo que los vigilantes de un momento a otro y sin darse cuenta estén habitando el sobresalto, la angustia, la desesperación, especialmente el terror.

Sin embargo, en mi opinión, son las casas comunes las que se consideran más embrujadas. Se trata de casas de quincha tanto habitadas como abandonadas; cuyos misterios van desde golpes y ruidos extraños hasta apariciones de monjes, jinetes sin cabeza, y presencia del mismísimo diablo. Un terror que es doblemente monstruoso porque estos seres simples, bondadosos a veces, tiernos, cándidos, son precisamente personajes diabólicos, pobladores infernales.

Por otro lado, debo de destacar que conocí una quinta entre el pasaje García Calderón donde se manifestó uno de los sucesos paranormales muy comentados por los medios televisivos de los últimos años. Se trata de dos familias amigas, precisamente dos amigos que habitaban casas continuas de esta quinta, quienes, en una de las casas, jugaban a la wikja. Parecería que estos amigos, digo parecería, pero estoy segura de ello, pues ellos nos descubren un hecho, que un instante, también un proceso, puede desatar en nosotros los sentimientos y las acciones más insospechadas, más crueles. De ahí creo que todo cuanto se contó acerca de estos dos amigos no son sólo habladurías, cuentos o sólo literatura esotérica, sino una profunda secuela del comportamiento psíquico humano. Apariciones, sueños y moretones después de dormir, fueron las cosas que experimentaron estas personas como secuela de este juego.

Pero, si ya empieza a anochecer, pueden darse un paseo por la plaza de armas y de allí pueden ir hacia la casa de la Literatura Peruana ubicada en el jirón Carabaya. Dichas calles son hermosas y dibujan el retrato de lo que antaño fue Lima de los primeros años, pero muy cerca de las diez de la noche o cuando el día ha sido tragado completamente por las sombras, esa calle desierta en una fría noche de invierno crea un ambiente fantasmagórico, y una vez allí una calle a la derecha, en dirección al Convento de San Francisco y sus catacumbas, suelen verse espectros. Todo hace que miles de relatos, de la oralidad limeña cobren una poderosa vitalidad, y cada vestigio de espectro de monjes o monjas sean como una telaraña que va acorralando, que va atrapando al caminante de a pie hacia un mundo interior, no desprovisto de magia, de hechizo, de un poder embrujado que subyuga y atrapa.

Si bien es cierto, un mito puede tener diversos orígenes o razones para ser creados, para muchos escépticos, es justamente, el histórico, añejo y tradicional Barrios Altos un lugar de la criollada limeña, que le ha dado a través de los años ese aire de misterio y temor dentro de la cultura limeña. Y es que, desde sus inicios, Barrios Altos ha sido un muestrario de las más arraigadas costumbres de Lima, siendo un punto de encuentro entre los lugares más respetados, temidos o enigmáticos de nuestra ciudad. Pero, que desde los inicios de los años mil novecientos se deterioró. Ha la fecha luce como una ciudad fantasma debido que muchos de sus ocupantes han abandonado sus casonas. Por ello, enormes y añejas viviendas de hasta tres pisos en algunas calles, guardan crónicas y leyendas de carácter paranormal como jinetes sin cabezas, procesión de muertos, aparición de duendes, curas, monjas, diablos y brujas. Personas descarnadas, quejidos lastimeros, cuerpos de sombras con calavera por cabeza... En barrios altos nació la idea de casas embrujadas debido que en noticieros limeños divulgaron la noticia de solares en los que penaban, o que en amplios salones limeños de los años treinta se escuchaban cadenas que se arrastraban, sombras y apariciones espectrales que podían incluso observarse por los ventanales desde fuera. Y los jóvenes se reúnen para hablar de casas de arquitectura colonial abandonadas con espaciosos y abovedados salones donde nuestros abuelos solían bailar, en medio de narraciones con detalles donde hasta el más ínfimo acontecimiento colabora para la realización total, apoyado en un lenguaje ceñido, preciso, elemental.

La Quinta Herem es para los vecinos una casa maldita en donde ronda en su interior el espectro de un japonés que vaga lamentándose el haber caído en la quiebra total. Ya nadie osa pasar por la plaza porque allí ronda la imagen de un hombre decapitado. Muchas veces he pensado que esta mezcla de convivencia entre seres de la ficción con otros de la vida real —familiares, amigos—responde a esa dualidad, están aclimatados en ese sitio, en ese umbral donde no se percibe la línea de la razón y del enajenamiento. Dije personajes, pero me pregunto ¿pueden llamarse así también a esos individuos perturbadores que son más ánimas en pena, criaturas raras, en metamorfosis, animales singulares que cohabitan en la normalidad y en la extrañeza? En última instancia, fuerzas oscuras que desatan legendarias memorias de venganza, de muerte y devastación.

La casa Matusita es un mítico lugar ubicado en el corazón de Lima, precisamente entre la esquina de las avenidas España y Garcilaso de la Vega (una de las más importantes vías del centro), ahora bien, se sabe que su origen se remonta en la antigüedad, según crónicas y mapas de la época, el sector que hoy ocupa la casa fue una zona de adoración religiosa en tiempos prehispánicos y ya en la colonia, fue el lugar exacto por donde pasaba la antigua muralla de Lima, la misma que servía tanto para la defensa militar de la capital como para separar a los ciudadanos entre españoles, indios y esclavos. Pero eso no es todo. Por los años 1860 se construyó, al frente de la Casa Matusita, el llamado Panóptico de Lima, o cárcel principal de la ciudad, que tuvo vigencia hasta 1970 y que durante todo su período albergó desde delincuentes comunes y prisioneros militares hasta a un presidente de la República, que se dice murió en una de sus celdas. Es más, se dice, que tanto la Casa Matusita como los ambientes cercanos a ella, sirvieron en aquellas épocas como centros de interrogatorios para la delincuencia común y de militar; sobre todo en las épocas de la Guerra del Pacífico que enfrentó a Perú y Chile.

Por último, entre los hechos más recientes, se sabe que en la década de los cuarenta, en otra acera aledaña, esta vez hacia el lado derecho de la casa, se alojó por mucho tiempo la antigua Embajada de los Estados Unidos de Norteamérica, hecho que, aunque en apariencia inofensivo, es para muchos escépticos la razón fundamental para entender la extraña procedencia de este mito; por cuanto al tener dos niveles podría espiarse el interior de la embajada desde allí.

Esta extraña ubicación y el hecho de sólo tener aparentemente fenómenos paranormales en el segundo piso y no en el primero es justamente lo que produce cierta desconfianza entre los investigadores y escépticos al preguntarse ¿por qué una casa sólo puede estar embrujada en un determinado piso? Para ellos la respuesta no sería menos curiosa, pues para muchos la leyenda de la Casa Matusita no tendría sus orígenes en la cultura popular y los cuentos de aparecidos y fantasmas, sino que habría sido importada de las mentes y fantasías del gobierno estadounidense.

En sí, la teoría de los escépticos se centra en cómo la casa se encontraba cerca de la embajada de los Estados Unidos. Fueron éstos, en pleno período de la Guerra Fría, quienes crearon y propalaron la leyenda para evitar que algún gobierno o cualquier ente enemigo pudiera habitar esa casa, sobre todo el segundo piso de la vivienda, en donde sería más fácil, según ellos, espiar las habitaciones contiguas de la embajada.

Sin embargo, muchas personas mayores afirman que esta versión resulta imposible pues aseguran haber conocido la historia de la Casa Matusita mucho antes de la década que los estadounidenses colocaran alguna embajada por los alrededores. Para ellos, el origen de la leyenda tendría menos que ver por cuestiones conspiranoicas y sí, con verdaderos eventos paranormales, producidos por crímenes violentos y cruentos que los obliga a considerar a la casa no solamente como embrujada, sino, además, maldita.

Son ambivalentes los orígenes de mitos más populares relacionados con la casa Matusita, ambos son crímenes sangrientos, uno está relacionado con la pasión y el otro con la venganza y la escenografía de la justicia social, y aunque no cuentan con un tiempo específico es presumible que sus orígenes hayan ocurrido a inicios del siglo XX, pero al mismo tiempo se sostienen en el vértigo de las despiadadas y salvajes pesadillas de los sueños escalofriantes que anticipan dolor y sangre de quienes quisieron ocupar la planta alta, por ello hasta el día de hoy nadie se ha atrevido a habitar la segunda planta, y se encuentra abandonada. El primer crimen narra la historia de un hombre de origen supuestamente japonés que habría hallado a su mujer en la cama con otro sujeto. El esposo al ver la escena tomó un cuchillo y de manera rápida y violenta acabó con la vida de la citada pareja. Sin embargo, esos no fueron los únicos asesinatos pues el esposo, ahora desesperado al no saber qué hacer con los cuerpos esperó la llegada de sus hijos de la escuela y decidió también acabar con ellos. Por último, preso ya sea de la desesperación o simplemente de la locura, el hombre decidió practicarse el Seppuku o suicidio japonés, poniendo así fin con su vida. En cuanto a la segunda leyenda, ésta señala que en esta casa vivía un señor perverso que maltrataba y abusaba de sus dos únicos sirvientes. Un día, cuando el dueño de la casa ofrecía un almuerzo a sus familiares, los sirvientes decidieron vengarse. Cuenta la historia que los empleados colocaron una sustancia alucinógena en los alimentos de los comensales no para matarlos; sino para ocasionarles diversos trastornos mentales. Luego que fueron servidos los platos, los sirvientes, que esperaban en la cocina para aguardar por los resultados de su plan, escucharon de pronto ruidos y gritos provenientes de la sala. Creyendo que todo había resultado de manera favorable los empleados acudieron rápidamente a la habitación. La imagen que vieron entonces fue aterradora: cuerpos despedazados por doquier, sangre en las paredes, en la mesa, en el suelo. Todos los invitados, incluyendo su jefe, habían hallado en esa cena una muerte trágica, cruenta y terrorífica. Los empleados, al ver esta escena quedaron trastornados para siempre y terminaron sus días en el nosocomio de la capital.

Lo curioso de estas dos versiones, es que, debido a la escandalosa violencia de estos crímenes, uno esperaría encontrarlos registrados en cualquier diario o reporte de la ciudad, sin embargo, no existe ningún registro que en la Casa Matusita o en sus inmediaciones hubiesen ocurrido algún tipo de asesinato o masacres, hecho que evidenciaría que estas historias no son más que productos de la imaginería popular. Pero la Casa Matusita no sólo cuenta con leyendas, sino también con víctimas. Y es que, en más de una ocasión muchos aseguran que diversos personajes han ingresado a la citada vivienda para experimentar por cuenta propia los extraños fenómenos que en ella ocurren. Panoramas detenidos, sentimientos panteístas donde los objetos representantes de no se sabe qué maquinación sobrenatural se vuelven dominadores, absorbentes. Amos de lo siniestro.



Según cuentan las historias más antiguas, uno de los primeros en ingresar al segundo piso; fue justamente un párroco, con la intención de "exorcizarla" de los demonios que la poseían. No obstante, el párroco no pudo lograr su cometido, el religioso ni bien ingresó a la vivienda sufrió un ataque de pánico que lo llevó a la muerte. Se dice que escuchó gritos y reclamos de los espíritus que allí se encontraban, algunos dicen incluso que el párroco recibió escupitajos de estos supuestos seres que habitan el lugar. No obstante, y tal como ocurre en el caso de las leyendas, no existen registros fidedignos que respalden dicha historia, aunque sí existen testimonios de gente (incluidos trabajadores o antiguos habitantes de la casa) que aseguran haber visto la figura de un fraile caminando entre las ventanas del segundo piso de la casa. Otro personaje que ingresó fue Humberto Vílchez Vera, un conductor de televisión que a finales de la década de los sesentas apostó en señal abierta, que sería capaz de pasar siete noches al interior de la vivienda. La historia narrada por muchos limeños recuerda que el animador efectivamente logró ingresar a la casa llevando consigo sólo una cámara de vídeo en la mano, sin embargo, tal como ocurrió con el párroco, ni bien ingresó "—algunos hablan de dos horas y otros al cuarto día—". El hombre de televisión salió de la casa profiriendo insultos, gritos y botando, incluso, espuma por la boca. El animador pasó por serias complicaciones psicológicas que lo llevaron a recluirse en un manicomio por un período de trece meses, tiempo después nunca más se supo de él.

En este caso, a diferencia de la historia del fraile, sí se cuenta con registros históricos, sin embargo hay que aclarar algunas cosas: Primero, que sí existió un tal Vílchez Vera así como es cierto que realizó la citada apuesta pública, sin embargo —y esto es la intención aclaratoria— es falso que este conductor haya ingresado si quiera por algunos minutos a la citada casa, tal y como él mismo lo confesara tiempo después en su libro "El cazador de fantasmas", justamente, en un extracto de su libro Vílchez Vera señala: —"La palabra de un ídolo de la televisión es una palabra fundamental y yo había anunciado que entraría la casa embrujada. Nunca entré, pero todos me vieron entrar, nunca hablé con un fantasma, pero ellos me miran como si me hubiera convertido como un ciudadano del más allá"—. A pesar de esto, al día de hoy muchos aún comentan la historia del conductor de televisión que se volvió loco por ingresar a la Casa Matusita.

Si otra cosa distingue a la narrativa de la oralidad limeña es su originalidad y su honradez que no proviene por vía intelectual, sino por esa ligadura a una existencia padecida, también imaginada. En todo caso, lo que resulta curioso de estas casonas limeñas a pesar de su antigüedad y su arraigo dentro de la población capitalina de un pueblo casi muerto o a punto de desaparecer, que no puede reprimir un grito de horror que se trasparenta en lo lúgubre siniestro, y desconocido de la oscuridad que no parpadea a través de las paredes desvencijadas y roídas por el tiempo anterior de una vida desdichada que se convirtió en un infinito infierno. Muy poco se ha hecho para conocer el verdadero misterio que encierran estas viviendas. Hasta la fecha no se ha realizado ningún estudio serio, ya sea por parte de los medios de comunicación o por investigadores independientes que intenten desmitificar las historias o acrediten cuánto de falso o de verdad hay en ellas. Y es que lo más seguro es, que hasta que ese día no llegue, los limeños continuarán, algunos con temor y otros con una sonrisa, observando las solitarias casonas del centro histórico limeño, preguntándose si serían capaces de pasar una noche allí sin el temor de quedarse en la más absoluta locura en medio de sus paranormales pobladores.

*Escrito por: Esperanza Renjifo*
*Lima - Perú*
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