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Monólogo de prueba, versión 1
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Aún no puedo estar seguro de lo que me espera tras la muerte, o de si, si quiera, es que vaya ho a morir. Lo único que he tenido claro y por seguro, mi entera vida, es que solo existen dos verdades universales a todo lo que una vez traté de comprender y al mundo donde sin ánimo pretendía vivir, cansado, hasta que se acabase mi contemplación y acabase mi vida. Como así sucedió estando yo en esta esquina, en esta calle de metal corroido, en la ciudad más olvidada de toda la corporación, con la piel agrietada por la mugre aceitosa que impregna hasta la última virginidad de los barros sobre los que se cicatrizó esta calle.

La primera de esas verdades, es, la nada, todo lo que no es y que, no pudiendo ser; se hace realmente verdadera. Es pues, inalcanzable, pues no hay característica ni propiedad amparada a ella, y es también, a lo que ahora aspiro. Temo, a lo que el final me conducirá y sé, al menos por cómo se me ha educado, que no merezco nada mayor a la nada y si ello un castigo. En la decadencia de mi situación blasfema esa es mi ambición.

La segunda de estas verdades, es, pues, el mismo destino; la fortuna. Sea lo que sea que pueda existir delante mía o a espaldas de este mundo humeante, está a merced de la suerte. Aún teniendo una causa, tan última como se quiera creer o un todopoderoso dios detrás, se remiten sus cimientos al puro azar; al santo azar, que no sigue ley ni capricho alguno, que funciona más allá de cualquier ley o parámetro, el caos.

Delirante estoy en esta esquina. Me pregunto cómo acabé aquí, desarropado de las mantas que cubrían las mentiras que a mi mismo me contaba. No, no culparé a este corrupto e inhumano sistema, de haber querido me habría ceñido a sus satánicas normas de riquezas y mentiras, de haber querido... De haber tenido la fuerza de voluntad, ¡De habérmela dado el destino!, me estaría bañando en oro diluido, cubierto de elogios y condecoraciones, vacíos. De aquella oportunidad de bailar en su baile suicida, en cuerda floja sobre las venas del mundo, sólo me queda odio, odio hacia mis hermanos por lo que pudieron lograr y nunca coordinaron, odio hacia los mentirosos y un recuerdo; de injusticia, y de impotencia.

Sed y agua, un deseo, un impulso, mi cuerpo aún no sabe que yo me he rendido, pero he de buscar agua. Y en charco de sulfuro y arcoiris, que dulce sacia mi sequía me veo reflejado.
Una figura lejos de la gloria que quise tener, lejos de ninguna cualidad que pudiera en mi deseo tomar, con la que imaginar cuentos de pura belleza y amor, amor, algo que nunca en su pureza pude ver. Maldigo al destino.

Es un demonio lo que veo en el reflejo del charco que no soy yo, es una criatura hórrida que se burla de mí, que mancha de su hedor la visión de paz en mis últimos y mas honorables momentos. Es un fantasma de mis pesadillas más temidas y es lo contrario a mí. Por suerte, mi eterna belleza inigualable brilla más que el mismo sol, ese debe ser el motivo por el cual no la puede contemplar. Mundo terrenal que no está hecho para sostener mi realeza, madigo al destino.

Jajajajajaja, y río. La espera me está volviendo aún más loco, quizá deba esperar en la carretera a que me lapide un despiadado tanque camino al genocidio.

Y ahora recuerdo, los tanques van llenos de seres humanos, personas. Las mi pasado no eran dignas de mención, ovejas, nunca me importaron y siempre tuve dudas, dudas sobre cómo actuar alrededor de esas marionetas de sus condiciones. Viví, como si mis iguales a mi fuesen maniquís, heréticas copias de algo más complejo que nunca pude encontrar, mas, en estos finales momentos de soledad, me gustaría que al menos alguna de ellas, marionetas del titiritero destino, pudiese escuchar mis quejas autocomplacientes al viento.

Había tantos sueños y tanto que crear, que nunca creí que siendo yo, pudiese darles el tiempo para que pudiesen brillar, aquellos momentos, aquellas ideas; no me equivocaba, y aún así, aún aceptándolo, seguía doliendo.

Y recuerdo, al fin recuerdo; creo verme un niño ante los ojos de todos. Un extraño y raro, como si fuese algo deforme, un bufón para entrener hablando. Como si la vida misma fuesen una cruel broma hacia mí, y por más que hablase nadie veía lo regio en mí, nadie me tomaba en serio, ni me temían, ni se deleitaban en mi luz como si fuese una deidad.

Pero lo que no supieron apreciar, es que soy una deidad. Yo soy el yo, lo único que es de seguro ser, la tercera verdad más allá de la nada y el azar soy yo, aunque solo me pueda asegurar como una mota de existencia y nada más; soy mi tercer Dios, y por ende, heredero de todo lo que brilla y es dorado, ¡no hay justicia de la fortuna, en arrebatarme mi historia platinada, y en estos momentos finales, espero que se arrepienta la vieja injusta bruja quebrada!

Creo ver, y cono soy sé, ante mi yo, un reino de luces.

Llegan mis deseos a realidad y en éxtasis mi cuerpo se retuerce, cambiando.
Bajo la luz de dos soles naranjas, el cielo verde sirve de partitura a mi cantar sobre la tierra de piedra negra.

Rojos ríos de indistinguibles tejidos fluyen por toda esta nación. ¡Este es mi escenerio, este es mi reino prometido! ¡No seré vacía biomasa a propiedad de la débil corporación, ese mundl ya de olvido, se arrastraría por tan solo respirar en este camlado paraíso!
Al fin, los sueños se hacen realidad...>>

© León de León