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LA BRÚJULA MALDITA (I)
Capítulo 1: La Herencia Maldita

Año 1718. Isla Tortuga, Mar Caribe
El sol caribeño se despedía del cielo, tiñendo las aguas turquesas con pinceladas de fuego y naranja, cuando el rugido de las olas se vio interrumpido por un gemido ahogado. En una choza destartalada, a orillas de la playa, yacía un hombre anciano, su cuerpo consumido por la enfermedad, su respiración apenas un susurro entrecortado. A su lado, una joven de ojos color zafiro y cabello castaño ondulado, sujetaba la mano huesuda con una mezcla de tristeza y determinación.

Era Anabella, la única hija del viejo pirata Edward "Barba Roja" Morgan, un nombre que infundía terror y respeto a partes iguales en los Siete Mares. A pesar de su temible reputación, Edward había criado a Anabella con amor y le había inculcado el valor, la astucia y el espíritu aventurero que corría por sus venas.

"Anabella", susurró Edward, su voz apenas un hilo de aire, "es hora de que conozcas la verdad sobre tu herencia."

Anabella se inclinó más cerca, sus ojos llenos de preocupación. "¿Qué quieres decir, padre?", preguntó en voz baja.

Edward tomó la mano de Anabella entre las suyas, temblorosas pero firmes. "Esta brújula", dijo, levantando el objeto antiguo, "perteneció a mi abuelo, el legendario Barbanegra. Se dice que la aguja nunca se desvía del norte, guiando a su portador hacia el tesoro más grande que jamás se haya visto."

Anabella miró la brújula con fascinación. Los símbolos arcanos grabados en su superficie parecían brillar con una luz tenue, como si guardaran secretos inimaginables.

"Pero padre", objetó, "solo son historias de piratas. No existen tales tesoros."

Edward negó con la cabeza. "No subestimes el poder de la codicia, Anabella. El tesoro de Barbanegra es real, y muchos han muerto en su búsqueda. Pero solo aquellos con un corazón puro y un espíritu valiente podrán encontrarlo."

Anabella miró a su padre, sus ojos llenos de determinación. "Yo lo encontraré, padre", dijo con firmeza. "Recuperaré lo que es nuestro por derecho y honraré tu memoria."

Edward sonrió con una mezcla de orgullo y tristeza. "Sé que lo harás, mi pequeña pirata", dijo. "Eres más fuerte de lo que crees." Y, cerrando los ojos, Edward exhaló su último aliento.

Las palabras de Edward resonaron en la mente de Anabella como un llamado a la aventura. La brújula, ahora en su poder, representaba más que un simple objeto; era un legado, una conexión con su padre y con la vida que él había llevado. Decidida a reclamar lo que era suyo por derecho de nacimiento, Anabella juró embarcarse en una travesía para encontrar el tesoro perdido de Barbanegra.

Al día siguiente, Anabella se presentó en la Taberna "El Kraken Beodo", en el centro de la Isla. El humo del tabaco y el aroma del ron llenan el aire, creando una atmósfera densa y embriagadora. Con su vestido simple pero elegante y su mirada llena de determinación, se reunió con un grupo de hombres rudos y curtidos por la sal del mar.

"¡Señores!" , empezó a decir Anabella. "He venido aquí en busca de hombres valientes que se unan a mí en una aventura extraordinaria. ¡Una aventura que nos llevará a encontrar un tesoro legendario!"

Un murmullo recorrió la taberna, seguido de exclamaciones de sorpresa y burlas. Algunos piratas la miraron con recelo, otros con codicia en sus ojos.

"¡Un tesoro legendario, dices?", preguntó uno, con un parche en un ojo ,"¿Y qué pruebas tienes, muchacha?"

Anabella, alzando la brújula, dijo: "Esta brújula, heredada de mi abuelo Barbanegra, me guiará hasta el tesoro. ¡Y juntos, lo reclamaremos como nuestro!"

Otro Pirata, escupiendo en el suelo, soltó: "¡Ja! Una simple brújula no te llevará a ningún tesoro. ¡Estás delirando, niña!"

"No deliro", respondió Anabella. "Mi abuelo era un hombre honesto y aseguró que esta brújula es la clave para encontrar el tesoro de la Isla Calavera. ¡Y estoy dispuesta a arriesgarlo todo para conseguirlo!"

En ese momento, un hombre alto y delgado con cabello negro azabache y una sonrisa pícara se abrió paso entre la multitud. Sus ojos, oscuros como la noche, brillaron con una chispa de astucia.

"¡Vaya, vaya!, comenzó a decir, con voz suave y seductora: "Una damisela en apuros buscando piratas para una aventura. ¿En qué puedo servirte, bella dama?"

Anabella lo miro con recelo, pero respondió: "Soy Anabella, y busco hombres valientes para acompañarme en la búsqueda de un tesoro legendario."

"Jack Sparrow, a tu servicio, dijo el hombre son una amplia sonrisa."Y déjame decirte, bella Anabella, que la valentía no es lo único que poseo. También soy un experto navegante y un maestro del engaño. ¡Conmigo a bordo, tu brújula te llevará directo al tesoro!"

Anabella, observándolo detenidamente, dijo: "No estoy segura de poder confiar en ti, Jack Sparrow. Tal vez, hayas ganado una mala reputación en estas islas."

Jack Sparrow, se le acerco y bajando la voz dijo: "La reputación es solo una máscara, bella Anabella. Lo que importa es lo que hay en el corazón. Y mi corazón, te lo aseguro, está lleno de codicia... ¡y de un deseo ardiente por la aventura!"

"Hmm... me has intrigado, Jack Sparrow, dijo Anabella."Pero necesito una tripulación completa, no un lobo solitario."

Jack Sparrow, chasqueando los dedos, respondió: "¡Considera tu tripulación completa, bella Anabella! Conozco a los mejores hombres de esta isla, aquellos que no le temen a ningún peligro y que harían cualquier cosa por una buena recompensa."

Y así, bajo la atenta mirada de los demás piratas, en la taberna "El Kraken Beodo", Jack Sparrow y Anabella sellaron su acuerdo con un apretón de manos.

Los días siguientes fueron un torbellino de actividad en el puerto de la Isla Tortuga. El barco elegido para la expedición, rebautizado con el nombre de "El Ave Fénix", fue cuidadosamente reparado y abastecido.

Anabella, con la ayuda de Jack Sparrow, se encargó de reclutar a la tripulación, seleccionando a hombres curtidos en la batalla y con habilidades diversas. Entre ellos se encontraban "El Pulpo": Un marinero habilidoso con un talento especial para trepar y escabullirse por los lugares más difíciles. Sus manos, ágiles como las de un simio, le permitían acceder a cualquier rincón del barco o de una isla; "Ojo de Halcón": Un tirador certero con una vista infalible, incluso en la oscuridad. Su ojo, entrenado por años de caza en las selvas más densas, podía detectar el movimiento más leve a grandes distancias. Se decía que podía acertar a una mosca en la cabeza desde el mástil principal del barco; "El Doc": Un curandero con conocimientos de medicina tanto tradicional como mística. Su botiquín, repleto de hierbas exóticas y ungüentos de dudosa procedencia, era la esperanza de la tripulación en caso de enfermedad o herida y "La Viuda Negra": Una mujer misteriosa, experta en el manejo de armas y en el combate cuerpo a cuerpo. Su pasado era un enigma, pero sus cicatrices hablaban de batallas sangrientas y su mirada fría no dejaba lugar a dudas sobre su letalidad.

Con la tripulación completa y El Ave Fénix lista para zarpar, las velas color carmesí se izaron en el mástil principal. Anabella, con la brújula como guía y Jack a su lado, zarpó de la Isla Tortuga, dejando atrás una vida relativamente tranquila para adentrarse en lo desconocido. Su viaje la llevaría a través de tormentas feroces, islas inexploradas y encuentros con piratas despiadados, todos ellos en pos de un tesoro que prometía cambiar su destino para siempre.

La aventura de Anabella había comenzado, marcada por la brújula maldita y la herencia de un legendario pirata. ¿Lograría encontrar el tesoro de Barbanegra o sucumbiría ante los peligros que la acechaban en el mar?

Continuará...

© Roberto R. Díaz Blanco