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Macabre Castellum (Capitulo 1) Opertura
Abri los ojos de nuevo, tras varios parpadeos
pesados y aún somnolientos, la oscuridad que otorgaba la inconsciencia, dió paso a la oscuridad melancólica del entorno que me albergaba desde hace días.

Sentí la humedad del musgo bajo el peso de mi
cuerpo (que había empapado mis vestimentas)
blando y sorprendentemente confortable.
Los helechos color verde seco que se mecían junto al suave ulular del viento dejaban caer las gotas de Rocío, frías e impasibles sobre mi, humedeciendo aún más mi cuerpo y vestimentas.

Poco a poco y con una desgana latente me incorporé, hasta estar sentado con las piernas abiertas, entre las rocas que me habían servido de habitáculo improvisado en el que pasar la larga noche.

No había soñado nada, era uno de mis mayores temores, ver mi tan necesario descanso turbado por alguna pesadilla que me impidiese dormir de forma continua y me hiciese despertar entre gritos de terror y sudores fríos.

No obstante era algo lógico, ¿cómo es posible tener una pesadilla estando ya dentro de una?.
Pasé mis manos con restos de tierra húmeda y pedazos de hojas secas por mi rostro, intentando despejarme, hasta llegar a mi pelo, pasándolas del mismo modo por el, notando la aspereza del rapado de mi cráneo.

Me puse en pie y llené mis pulmones de un denso aire con aroma a tristeza, soltándolo poco a poco en un suspiro que murió a la vez que lo hizo el leve apice de esperanza que tenía al comprobar que efectivamente continuaba en el mismo lugar.

Moví todas las articulaciones de mi cuerpo, que crujieron una tras otra mientras alzaba mi rostro al cielo, seguía igual que el día anterior, un manto de nubes grises y estáticas que ocultaban todo aquello que había tras ellas, incluido el Sol, si es que en este lugar había un astro al que poder denominar de ese modo, pues lo único que podía percibirse del mismo, era un redondo halo tenue y mortecino a través del grisáceo telón que formaban aquellas nubes tormentosas.

La luz del día no reconfortaba más que la oscuridad de la noche, no obstante aportaba una mayor maniobrabilidad a la hora de caminar entre aquel laberinto de ramas y troncos secos torcidos que era el bosque.

Cuando estaba comenzando a caminar sin un rumbo fijo, dejándome llevar por la aleatoriedad, como la propia vida, llegó a mis oídos los primeros cantos matutinos de los pájaros del bosque.

Sentí una punzada de congoja y nostalgia, se clavó en mi pecho como la daga más afilada, como el puñal más mortífero con cada nota.
Y es que en este lugar los pájaros no piaban, de sus picos emergía el ritmo lento y calmado de las nanas de la infancia, las entonaban en murmullos de lamentos.

Todo en este lugar evocaba a la tristeza y la nostalgia, el color mortecino del cielo, de los árboles torcidos y las plantas, el tono negro de las aves y sus lúgubres cánticos, todo..

No se cuanto tiempo pasé caminando, entre arbustos de espinas que arañaban mis piernas, y ramas que se rompían entre crujidos cuando las apartaba para abrirme paso, pues es difícil ubicar el tiempo en un lugar que parece permanecer ajeno a su medida.

Hay cosas que se escapan de la limitada percepción de los sentidos humanos, hay cosas que solo pueden sentirse dentro del ser individual, el depresivo vacío que albergaba ese lugar era una de ellas….

“Continuará…”

“Macabre Castellum, novela autobiográfica escrita en forma de metafora que ire subiendo poco a poco”

© M.Aokigahara