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Dolor con vida propia
Hay días en que el dolor se come mi garganta.
Se abre paso por mi espalda y se aposenta en mi pecho. Y como un reptil, me sofoca con fuerza constrictora.
Me taladra la cabeza, endurece mi mandíbula, logra que mis dientes poseídos de ira destrocen mis manos, y que estas se hinchen y escuezan. La rabia nubla mi vista, obstruye los oídos, entumece los brazos, deja mi respiración sin rumbo fijo.
Y me convierto en un todo, encarnando la imagen extrema de la desesperación; con la cabeza baja, dando vueltas por toda la casa como un animal enjaulado, hasta el grado de sentir que voy a perder la cordura.

Es en ese instante en donde entran en escena las letras. Se hacen presentes para socorrerme, intentar salvarme de esa energía opresiva, quitarme de encima, aunque sea, una pizca de mi angustia. No espero que todos los entiendan, pero sé que muchos sí se identificarán con esto: ESCRIBO PARA NO VOLVERME LOCA.
La palabra volcada me asiste; como una mano amiga me lleva a otro lugar, y me sostiene mientras libero gritos ahogados. Luego me abraza, y sacia mi sed con verbos de agua fresca.

El dolor no se irá, dormitará apenas y volverá tarde o temprano con sus garras a torturarme la carne, y socavarme la razón.
Pero mientras me queden las letras, tendré oportunidad de luchar contra mis propios abismos, contra mi sufrimiento emocional estancado, siendo verdugo y sombra.


© Dafne A.L