...

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Incomunicado
Había derramado el alma en versos en una madrugada de vorágine creativa.
Cuando despertó frente a la ventana abierta de su escritorio, observó que la brisa se había llevado sus notas. Quiso protestar, pero no pudo hablar y advirtió, por primera vez en semanas, que estaba incomunicado. Años de hermetismo y abandono lo habían alejado de las bondades de la expresión oral.

Al anochecer decidió recorrer la ciudad con la intención de recuperar su trabajo, pero en cambio encontró algo más importante, algo mejor. Sentado en un banco a la luz de una farola, un joven narraba un cuento con entusiasmo.
Para alguien desacostumbrado al arte de escuchar a otro ser humano, incluso a sí mismo, aquel momento fue un obsequio. Finalizada la historia, el joven continuó recitando, esta vez un poema de las notas perdidas. Doblemente sorprendido, la boca del incomunicado por fin se encendió.

No sólo dejó de estarlo, sino que comprendió que aún tenía mucho en su interior para transmitir, que había tanto que leer y escribir, decir pero más aún escuchar.
El poder de la palabra intercambiada le había devuelto la voz.


© Dafne A.L