...

7 views

Las Memorias de Consuelo (IV)
Capítulo 4: La llegada a Zealandia

Las luces tenues del plenilunio dibujaban surcos plateados sobre la vieja mesa de madera, en un rincón de la azotea. Consuelo, con la mirada perdida en el horizonte nocturno, suspiró profundamente. Un torrente de recuerdos la invadió, transportándola a un pasado remoto, a una época de esplendor y sabiduría olvidada.

Era el año 12.500 a.C. La Tierra, bajo la guía de una civilización extraterrestre benevolente, había alcanzado un nivel de desarrollo tecnológico y social sin precedentes. Consuelo, bajo la identidad de Alexia Dombrovski, una joven psicopedagoga de 28 años, se encontraba a punto de iniciar una nueva aventura en las exóticas Islas Zealandia, un archipiélago ubicado en lo que hoy se conoce como el Pacífico Sur.

Su corazón latía con emoción mientras observaba desde la ventana de su habitación la imponente ciudad flotante que se extendía ante sus ojos. Las luces multicolores titilaban en la oscuridad, creando un espectáculo visual que rivalizaba con las estrellas que salpicaban el cielo nocturno.

Un suave golpe en la puerta la sacó de su ensimismamiento. Entró Sapir, la secretaria del Gobernador Supremo, una mujer de porte elegante y mirada penetrante. Con una sonrisa profesional, le informó que el Supremo la esperaba en su despacho en dos horas.

Consuelo asintió con un gesto de agradecimiento y aprovechó la oportunidad para preguntarle sobre su nuevo hogar. Sapir, con amabilidad, le explicó que su habitación estaba equipada con tecnología de última generación, incluyendo un asistente virtual llamado Max, quien podía atender todas sus necesidades.

Intrigada por la mención de un asistente virtual, Consuelo se dirigió al escritorio y observó un pequeño disco metálico que levitaba sobre la superficie. Al acercarse, el disco emitió una luz tenue y una voz robótica la saludó: "Bienvenida a Zealandia, señorita Dombrovski. Soy Max, su asistente personal. ¿En qué puedo ayudarla?".

Consuelo, aún sorprendida por la avanzada tecnología, le pidió a Max que le indicara dónde se encontraba el baño. Para su asombro, la pared frente a ella se iluminó y una compuerta se abrió, revelando un baño privado de diseño minimalista y equipado con la última modernidad.

Max, con su voz robótica y eficiente, le aseguró a Consuelo que estaba a su disposición para cualquier cosa que necesitara. Ella, aún asimilando las maravillas tecnológicas que la rodeaban, agradeció la atención y se dispuso a prepararse para su encuentro con el Gobernador Supremo.

Mientras se arreglaba frente al espejo, Consuelo no pudo evitar sentir una mezcla de nerviosismo y emoción. Su viaje a Zealandia era solo el comienzo de una aventura extraordinaria, un viaje que la llevaría a descubrir nuevos mundos, enfrentar desafíos inesperados y, quizás, incluso encontrar el amor.

Con un último vistazo a su reflejo, Consuelo tomó aire profundamente y salió de su habitación, lista para enfrentar lo que el destino le deparaba en las Islas Zealandia.

En el camino hacia el despacho del Supremo, Consuelo no pudo evitar sentirse abrumada por la belleza y la opulencia que la rodeaban. La ciudad flotante era un hervidero de actividad, con personas de todas las razas y culturas interactuando entre sí en perfecta armonía. Los edificios, de formas geométricas y colores vibrantes, se elevaban hacia el cielo como esculturas futuristas.

Al llegar al despacho del Supremo, Consuelo fue recibida por un guardia de uniforme impecable. La condujo a través de un pasillo decorado con obras de arte de gran valor y la dejó frente a una puerta de madera tallada con exquisitos detalles.

Con un último impulso de valor, Consuelo tomó la manija y abrió la puerta. El interior del despacho era tan impresionante como el exterior. El Supremo, sentado detrás de un imponente escritorio, la miró con atención mientras ella entraba.

"Señorita Dombrovski", dijo con una voz profunda y resonante, "es un placer conocerla. He oído hablar mucho de usted y estoy seguro de que será una excelente institutriz para mi hijo".

Consuelo, sintiendo una mezcla de respeto y nerviosismo, le respondió: "Gracias por su confianza, Supremo. Haré todo lo posible para cumplir con sus expectativas".

El Supremo sonrió y le indicó que tomara asiento. "Hablemos un poco sobre su experiencia y sus métodos de enseñanza", dijo. "Quiero asegurarme de que mi hijo reciba la mejor educación posible".

Continuará...