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Buen Augurio
Miro a través del vapor que desprende mi taza de moka, la aprieto contra mi mejilla para recibir su calidez, y me siento agradecida por la imagen que enmarca mi ventana: el cielo salpicado de tonos pastel; blanco, celeste y malva. Los perros y los caballos castaños. La señora Rosa vendiendo su clásica torta de manzana por última vez.

Por última vez. Todo lo que contemplo podría acabarse pronto, por eso lo absorbo apasionada y sin prisa como un regalo final de la vida. Cuando la amenaza de la tormenta masiva se hizo inminente, los habitantes de nuestro pueblo empezaron a evacuarlo en busca de refugio seguro. Quedamos muy pocos los que, por un motivo u otro, no pudimos marcharnos.

Imaginar este lugar que construimos en comunidad (y cuyo popular nombre contradice nuestra situación actual) siendo consumido por las llamas es una desolación profunda enquistada en mi pecho.
Que nuestro bosque, el mismo que entre todos cuidamos y reforestamos con esfuerzo, vaya a ser inevitablemente destruido es un sinsentido. No asimilo el hecho de que Don Pepe y sus animales, amados vecinos que ahora mismo entran a ponerse a resguardo, o Rosa que comienza a bajar las persianas de su tienda, no vayan a tener una oportunidad.

Por eso escribo esta carta. Porque aún en este horizonte devastador me queda la esperanza de que muchos de nuestros amigos puedan sobrevivir. Volver a su hogar y honrar el alma de nuestro pueblo “Buen Augurio”.
Eso deseo. Que mi bondad hacia los que lo logren se eleve por encima de mi dolor y mi sensación de desamparo. Que la fuerza de su humanidad y de su espíritu, necesaria para empezar de cero, sea mayor que el caos y la destrucción que se avecina.

Saboreo lo que queda de mi café mientras cierro esta nota de despedida, dirigida a quién la encuentre. La plenitud del atardecer me alcanza, su abrazo me deja dichosa y en paz.
Mientras tanto, el cielo despejado que lucía imposible de perturbar hace unos segundos atrás comienza a llenarse de fuego.


© Dafne A.L


#FicciónApocalíptica