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Parte I: El Amor en su Apogeo
El sol se deslizaba lentamente hacia el horizonte, tiñendo el cielo con tonos de oro y púrpura, mientras Marcos y Valeria caminaban de la mano por la orilla del lago. Cada paso que daban, se sentía como una danza delicada, una sincronía perfecta entre dos almas que habían encontrado en el otro su complemento ideal. El viento jugaba con el cabello de Valeria, haciendo que cada mechón brillara con la luz del crepúsculo, y Marcos no podía apartar la mirada de ella.

Valeria era la encarnación de la alegría para Marcos. Su risa, dulce y cristalina, resonaba en su pecho, haciéndole sentir que, mientras estuviera con ella, no había nada en el mundo que no pudiera enfrentar. Compartían secretos, sueños y promesas de un futuro juntos, un futuro que ambos anhelaban con una pasión que solo la juventud puede ofrecer.

Los días de verano parecían interminables, llenos de aventuras y pequeños momentos de ternura que atesoraban como si fueran joyas preciosas. Una tarde, mientras descansaban en un claro del bosque cercano, Valeria se acurrucó junto a Marcos, apoyando su cabeza en su pecho. Él le acarició suavemente el cabello, disfrutando del calor de su cuerpo y del suave ritmo de su respiración.

—¿Sabes? —susurró Valeria, levantando la mirada hacia él—. Creo que podría quedarme aquí para siempre, solo contigo.

Marcos sonrió y le besó la frente, sintiendo una profunda paz.

—Yo también lo creo, Valeria. No necesito nada más que esto… que a ti.

Sus palabras eran sinceras. Para Marcos, el mundo se reducía a aquellos momentos con Valeria. Todo lo demás, el caos y la incertidumbre de la vida, desaparecía cuando ella estaba cerca. Compartían un lenguaje secreto, una mirada cómplice, una conexión que los demás envidiaban. Sus amigos decían que estaban hechos el uno para el otro, y a veces, Marcos pensaba lo mismo. Valeria era su vida, su razón de ser.

Las noches eran igualmente mágicas. Bajo el manto estrellado, se recostaban en una manta, observando el cielo y contando historias. Valeria tenía una imaginación vívida, inventando mundos fantásticos donde ambos eran los héroes. Marcos adoraba perderse en esos cuentos, pero más aún, adoraba cómo su voz suave y melodiosa lo arrullaba hasta el sueño.

Pero no todo era fantasía. Valeria también compartía con él sus miedos y dudas, y Marcos, con una paciencia infinita, la escuchaba, la comprendía y la tranquilizaba. Eran el ancla del otro, la certeza en un mundo lleno de cambios.

Marcos estaba seguro de que su amor por Valeria nunca se apagaría, que siempre sería igual de intenso y puro. Sus días estaban llenos de pequeños gestos de cariño: flores dejadas en la puerta de su casa, cartas de amor escondidas en su bolso, y largos paseos donde las palabras eran innecesarias, porque bastaba con mirarse a los ojos para entenderse.

Aquella noche en particular, decidieron dar un paseo en coche. Querían llegar a un lugar especial, un rincón escondido en el bosque donde el tiempo parecía detenerse, solo para ellos. Valeria cantaba suavemente una canción mientras Marcos conducía, su voz llenando el aire con una serenidad que parecía eterna.

Sin embargo, el destino, caprichoso e impredecible, tenía sus propios planes. Al tomar una curva cerrada en un sendero oscuro, el coche perdió tracción, y en un abrir y cerrar de ojos, el amor que parecía invencible se encontró cara a cara con la fragilidad de la vida. El coche se precipitó por un barranco, y en un solo instante, todo cambió.

El choque fue violento, cruel. Valeria quedó atrapada entre los hierros retorcidos, su cuerpo frágil quebrantado, pero sus ojos, aquellos ojos que Marcos tanto amaba, seguían brillando con una mezcla de dolor y amor.

Marcos, apenas consciente de lo que había sucedido, se arrastró hacia ella, desesperado por salvarla, por proteger aquello que más amaba. Pero cuando sus miradas se encontraron, algo oscuro y perturbador se agitó en lo más profundo de su ser. Un amor que, en su exceso, comenzaba a corromperse.

Los primeros indicios de esa oscuridad surgieron entonces, apenas perceptibles, como una sombra que crece lentamente. El amor que antes lo llenaba de vida, ahora comenzaba a consumirlo, llevando a Marcos por un camino del que no habría retorno.
© @poemasagridulces