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Lucicri Gotlluv
Llueve en la ciudad y la Nostalgia restaura las grietas de la ausencia. Ausencias familiares, de amigos y de amores; el eco de las oportunidades desaprovechadas y los sueños incumplidos pululan por el aire.

Mientras espera en el semáforo, un conductor de ómnibus traga con dificultad al recordar a un colega accidentado en esa misma esquina. Una pasajera apoyada en la ventanilla observa el exterior, pensando en cómo disfrutar el poco tiempo que le queda con los suyos.

Debajo de una marquesina, un violinista callejero decide tocar más alto y fuerte que la lluvia. Un perro abandonado se le une y le hace compañía. Escucha la música y, por primera vez en días, deja de lamerse las heridas.

En el paisaje contrastado por el verde intenso de la vegetación húmeda y el gris saturado de los edificios, existen quienes se esconden de la lluvia y están los que se empapan la cara con ella.

Un mirlo azabache se queja en lo alto de unas ramas desnudas, ahora envueltas en lágrimas. Reflejos citadinos reposan en el agua de los charcos de las calles, hasta que las huellas de algún caminante apurado alteran la nitidez de las imágenes.

Por último, antes del anochecer, una mujer envuelta en mantas empaña el vidrio de su sala y sonríe mientras escribe con sus dedos: Lucicri Gotlluv. Término inventado por ella misma para resumir la placentera acción de ver las 'LUces de la CIudad a través de un CRIstal con GOTas de LLUVia'.

Llueve afuera y adentro. De tristezas y alegrías, personales y colectivas. Y a diferencia del Kintsugi que enmienda con oro, acá los resquicios parecen unirse con agua de plata.

La ciudad aguardará con paciencia a que el buen tiempo seque sus grietas. En cada uno de sus rincones la Nostalgia vivirá como un susurro latente, y al igual que a una vieja molestia en la rodilla o al dolor de una cicatriz, será siempre la lluvia quien la traerá de regreso.


© Dafne A.L