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SIN TU LATIDO 💓
SIN TU LATIDO



     

     El suelo se me abrió en dos y la visión se hizo mi espejo cuando la orfandad se hizo presente en mi vida al detonar la explosión que borró mi historia familiar en un abrir y cerrar de ojos. Como un coro en composición aunado al viento, en soledad de una ausencia desconocida. Ahora mis ojitos empezaron a nadar en lágrimas peregrinas experimentando la soledad más amarga, esa que te exhibe una oscura mansión con una fachada preciosa, sintiendo que en el universo se ha exterminado la bondad y tu alma vagará por la vía láctea continuamente ansiosa, teniendo instantáneas de los retazos más horribles del fin de una primera infancia. De pronto supe que mis padres dormirían par siempre en el fondo de mi pecho.

     Cuando pensaba que era terriblemente absurdo estar viva, la vida se transformó en un gran latido, aprendiendo que las mejores cosas de la vida son gratis y se mantienen con pájaros y abejas entre dos o tres segundos de ternura que sencillamente nos permiten encontrar la calma en el mundo de la imaginación para desde allí poder hallar el equilibrio. Porque para mí estar viva, es sentir nuestro cuerpo con todas sus emociones mientras caminas sintiendo tus pies y gozas de cada inhalación o saboreas cada bocado; en tanto el viento toca tu piel y te conecta de frente con el otro, haciendo que nos dejemos asombrar... Y así es como andando por los caminos de la vida me permití vivir al mismo tiempo en dos mundos sin abandonar ninguno a pesar que anduve pasando por un bache, un revés, un agujero o un no sé qué que me atrapaba pero en un azar milagroso en medio de las incertidumbres la poesía llegaba para salvarme.

     Sumergida en un declive de malos presagios e hilvanando miedos de arena, se desmoronaban mis pasos andados en un pequeño ambiente de un solo piso con paredes blanqueadas con cal y cemento de dos por dos. Crecía teniendo como patria mi antigua infancia antes de la masacre, haciéndome de herramientas emocionales que hicieran más llevaderos mis días. Hasta que un día llegó a mis oídos una voz en un altoparlante llamando a quienes deseaban ir a la capital de un pueblito más al sur. Entonces sin pensarlo me paré en medio del polvoriento recinto y sin dudarlo dije con mi voz chillona de niña de 7 años: "Quiero ir", aunque junto a mí solo se apearon 7 niños más grandes y dos adolescentes que desocuparon sus manos de cualquier actividad y descendiendo escaleras hacia el portón principal nos encaramamos en un camión de reses abrigando ilusiones, entre sonrisas vivarachas.

     Tres días y dos noches de viaje de hambre con pocas aventuras y arribamos a un modesto convento que nos abría sus puertas para enseñarnos como es el vivir para evolucionar, encontrando experiencias que me removieron cosas y me revelaron otras, dándome un enfoque distinto que me desarraigaron por completo del mundo. De los valientes solo nos quedamos las niñas, los niños se despidieron y más nunca supe ni su suerte ni sus nombres.

     Con el transcurrir de los meses aprendí que la valentía no se traduce en someter por la fuerza a los demás, como pretendieron hacerlo conmigo cuando me tuvieron captada los terroristas o cuando caí en manos de los narcos, sino en aprender a soportar las dificultades y tratar de ayudar a cualquiera que lo necesite. Por ello tras cada tarea impuesta no veía las cosas como son, veía las cosas como yo era, modelando mi mirada en función de mis cortas experiencias y mis pensamientos. En tanto me iba acostumbrando a mi nuevo hogar situado en lo alto de una ladera, alejada de carretera de provincia, en medio de corrales de cerdos y ovejas... Cerca a leños donde las ideas solían amenazarme con aplastarme junto a mis propios recuerdos y donde además las aspas de libélulas giraban para soplarme en la cara los aires de noviembre. De cuando en cuando caía entre esos milagros al cuenco de mis manos una poesía que espantaba mi propia timidez de cara a una jornada que no terminaba nunca porque en un parpadeo me esperaba siempre otro quehacer encadenado a una sonrisa bondadosas debajo de dos cejas blancas, dándome la ineludible orden de un camino de responsabilidad, de cumplimiento, de autodisciplina, de rigor y anticipada mansedumbre agridulce y serena, en tanto yo con ojos vivaces me preguntaba por lo que no veía.

     Al terminar mi jornada me esperaba el cartel del portón del fondo que decía escuelita. Abrigando tras una enorme ventana, un modesto salón con una mesa grande y dos bancas sin pizarrón aguardando por veinte ingenuas almas que sólo aspiraban a solo leer y escribir. Pero a mí me cerraban sus puertas porque ya sabía leer. Sin embargo, escuchando mi corazón hacía gran alboroto reclamando aprender, emulando a las monjitas de claustro que solo estudiaban y guardaban voto de silencio. Por tal motivo me destinaban a solo leer la liturgia del día, adiestrándome a reflexionar sobre cada frase leída o me apartaban para solo trabajar, hasta que hice el berrinche más grande permitido que terminó con mi primer encierro de castigo y sin alimento de dos días para enseñarme a ser obediente, cuando lo que únicamente deseaba era aprender más que solo leer.

     Un día solo bastó que desgastara dos o tres segundos para decir que había leído algunas obras conseguidas de puro milagro entre las estanterías empolvadas del convento o libros de segunda mano que me traían algunos sacerdotes con intención de comprar mi paz social entre las monjitas más longevas del convento, cansadas de lidiar con el ímpetu y el derroche de mis sueños o mi afán, suspendiendo a un lado de mis labios un lápiz mordido para silabear el famoso: "un momento", preludio de mi inconquistable y voraz cuestionamiento de todo tipo de duda. Por ello eran más felices si me mantenían entretenida con la lectura, pero yo devoraba con devoción en corto tiempo los libros para forjar mi propia definición, con gusto, en íntima conversación con mis sombras en la penumbra de mi celda.

     Con el transcurrir de los meses me propusieron pasear por las serranías a las que me opuse y sólo dije "Váyanse, hermanitas, yo esos lugares me los puedo imaginar con solo cerrar los ojos". Y preferí quedarme conversando con una delegación de sacerdotes que había llegado por unos días al convento intentando saciar la incertidumbre de mi estadía allí entre otras cosas, que la niebla de los recuerdos no precisa. Lo cierto es que me llené de arrojo para proponerle a los sacerdotes caminar y conversar. Y así fue que me embriague de felicidad cuando supe que pronto me trasladarían a otro convento para permitirme convalidar mis conocimientos y asistir a una escuela de verdad, y me bebí las ilusiones a sorbos con una metáfora a flor de labios, en medio de una sensibilidad que me mantenía alerta a todo lo que me rodeaba en un azar de larga despedida, seducida por el próximo cambio de vida. Ese era el "terrible esplendor de estar viva".

     Los años pasaron y jamás me dejé dormir, siempre me mantuve firme ante mis sueños haciéndole caso a esos dos o tres segundos de ternura que me gritaban que sin el latido de mis esperanzas circulando por mi cuerpo no hallaría a esas personas por las cual vale la pena derretirse. Aferrándome a aquello que me hace diferente. Perdiéndome de lo que te llama, soltando lo que me atrapa, dejando ir el momento que pasó para adentrarme en el que estoy ahora...aquí... en este instante...absorbiendo el aprendizaje, rompiendo mis esquemas para dejarme evolucionar, porque siempre somos más valientes de lo que creemos y por eso con esfuerzo y pese a todo pronóstico saque dos carreras antes de salir del convento y al salir terminé otra porque jamás me centré en lo que perdí o dejé atrás, solo me dediqué a buscar lo más vital escuchando mi corazón para entender sus latidos,

     Hoy estoy eternamente agradecida con mis latidos, así es que no te duermas, pues dormido no vivirás, apaga la televisión, despídete del somnífero celular, actívate por ti mismo, suda... ¡siente el frío! no te duermas con sustancias, no te duermas con adicciones, no te distraigas de ti mismo, habita tu propia piel, sé tú mejor compañía...que contigo basta y sobra, contigo es más que suficiente...

     Así es que despierta y ¡vive! que vivo ya estás, sólo necesitas darte cuenta que sin tu latido no irás a ninguna parte.

Esperanza Renjifo

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