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Borrando Pistas
*BORRANDO PISTAS*



*Escrito por: Esperanza Renjifo*

El cielo se partía en la polvorienta tarde, en un rincón perdido del mundo, entre callejuelas tristes y sonidos de viejos autos que apenas dejaban escuchar los últimos suspiros del día, mientras que para Javier Augusto el mundo de las sincronías y diacronías cobraba una importancia mayúscula, más considerando que aún no se pausaba ese tamborileo caótico que cernía sus movimientos con la policía cercándolo por todas partes; Pero, ser nieto del más renombrado abogado de todos los tiempos e hijo del ladrón de bancos más grande de la historia, teniendo una larga y orgullosa familia de adorables mentes criminales de vía materna y ser el fugitivo más buscado de todo el continente, le permitía hacer gala de muchos artilugios. Trepando por las fachadas y vallas, e incluso las iba cortando con las tenazas de ser necesario, para luego acceder por ventanas, balcones y azoteas; o directamente forzaba puertas y ventanas. Cualquier cosa era preciso a escapar en algún vehículo, por considerar la mejor manera de no ser rastreado por cámaras de seguridad de cualquiera de las esquinas colindantes. Para luego hacer marchar a velocidad a algún incauto motociclista, chofer o ciclista a través de algún engaño y así procurarse buen escape y recaudo, en tanto seguían al individuo equivocado.

Algo que disfrutaba al máximo eran esos minutos de adrenalina, como los más significativos instantes que le hacían sentir dueño de minutos de poder y control que en gran parte decoraban su ego. En cada atraco su mayor placer no radicaba en apropiarse de dinero o de joyas, sino en ser merecedor de una estirpe aún inalcanzable que lo situara en el cenit de la fama, combinando el mejor ejemplo del antihéroe y supervillano en sí mismo con un récord de más de cien robos perfectos, que involucraba aún no haber sido pillado ni localizado. Podía estar fuera del radar mientras conseguía que se olviden de sus robos. Sin importar el riesgo.

De camino hacia su escondite post robo —pues aunque no lo crean, Javier Augusto tenía un escondite para un post robo, otro para planificar un atraco, otro para guardar sus armas, y así— se detuvo a dos cuadras de la esquina de un bar de las grandes esperanzas. El punto de encuentro más igualitario de todos los que existían en el mundo entero; que para ese momento se convertía en una especie de autobiografía donde podía purificar su fechoría volcando en un vaso confesor, detalles de narración novelística que se ufanaban con gran altura, de la infinidad de estorbos que tubo que sortear para agarrarse a la cuerda de salvación, las dificultades que tuvo que sortear, las trabas familiares, sociales y personales en el proceso de su atraco. Abriéndose a las memorias personalísimas a las que nadie tenía acceso, habitados de riesgos, caídas y la escasa o nula autoconciencia.

"Guantes de seda ha vuelto a las andadas y se halla perdido tras la vagancia de su anonimato sin registro de su submundo, ni rostro que permitan ubicarlo, ...La policía ha establecido medidas para detectar la serie de algún billete del robo en la ciudad" era uno de los tantos flash informativos de la televisión que habían empezado a circular por todas partes, tanto en prensa televisiva como en redes. En una de las esquinas del viejo bar, inflándole el ego tras una línea curva que le surcaba el rostro socarronamente en pleno lugar de los hechos y vestido como un común ciudadano de a pie anudado a los problemas de su propio mundo de carencias y oprobio. Sin siquiera levantar sospecha, llevaba una limpia trayectoria delictiva dedicada al asalto de sucursales bancarias, grandes compañías, joyerías y finos casinos intentando, cínicamente instaurar "el arte del buen robar".

Borrar las pistas o las huellas del delito son tanto como el arte del buen robar para Javier Augusto cuestión de ejercicio memorístico, disciplina, paciencia y autocontrol, pilares que le permiten mantenerse con un récord invicto de arrestos, pues para cada robo planifica sus fechorías y hace un estudio pormenorizado que le demanda tiempo, sincronías y diacronías para poder seguir siendo ese mito creciente, enamorado fiel de su oficio, gran solitario, lector consumado, observador detallado por naturaleza, por eso mismo nadie lo detiene en su carrera delictiva. —Ojo ni siquiera yo que te estoy contando esto he podido enterarme quien es este ladronzuelo, Incluso hoy mismo , a plena luz del día no he podido averiguar nada a ciencia cierta, es que a nosotros, los periodistas, nos encantan los mitos. ¿verdad que a ti también? —.

Volviendo a lo que te estaba contando he de confesar que escuchar conversaciones ajenas puede ser, en el ranking de placeres culposos, uno de los más populares. Quien no haya parado la oreja en el transporte público, en la mesa de un bar o incluso en ámbitos laborales que tire la primera piedra. Claro que, aisladas del flujo de la charla general, muchas de esas frases oídas al pasar cobran nuevas dimensiones: desopilantes la mayoría de las veces, tristes, indignantes o enigmáticas según la mirada de quien reponga en el hecho en sí de la historia, pero no dejan de despertar todo tipo de reacciones, pero nunca, nunca, indiferencia. Fue justamente ese voyerismo auditivo en el que todos pueden reconocerse lo que me impulsó a seguir a un hombre que acababa de proclamarse el maestro del arte del robo, llamando poderosamente mi atención. Y como no podía faltar dato sin pista, de un modo disimulado y sin llamar la atención, distraídamente le tomé una foto de su espalda, pues es un tipo que se cuidaba disimuladamente de no mostrar su rostro, sin embargo, tenía ya una pista de su apariencia y contextura. Después de todo soy del tipo de persona que cree que no hay ladrón ni crimen perfecto y tampoco hay pista que no me lleve al dato.

Subí una apuesta a mi página y a mi blog para a través de ellas buscar entre mis suscriptores algún tipo de interacción ayuda, respecto al descubrimiento del rostro del conocido "Guantes de seda", por delante ya había anotado en mi vieja libreta salto y seña de todo cuanto pudo haber confesado a su copa mientras fanfarroneaba raramente frente a una copa cosas a ratos ininteligibles a ratos zafadas de sentido, mientras de modo disimulado iba grabando con mi vieja grabadora de bolsillo con algo de dudas, pues el hombre a ratos casi susurraba y yo apenas y alcanzaba a oírle. Pero podía completar lo que decía gracias a mi talento de ser buena lectora de labios y entendedora de lenguaje de señas, gracias a un amigo sordomudo.

Unos minutos después, lo seguía por calles, atravesando con dificultad cuadras pues era un sujeto que se sabía mover con astucia y agilidad, y se sabía mantener bajo el radar mientras era seguido, pues, no perdió tiempo en sacar unas tenazas de su cinturón para cortar un enrejado e ingresar casi indetectablemente, alrededor de la ventana. Un momento después, estaba abriendo el cristal y arrastrándose dentro de una mansión, tan rápido, ágil y silencioso como un gato, que apenas y pude observar. Para cuando me acerqué había desaparecido. Lo perdí. Pero estaba segura que se trataba del "Guantes de seda".

Blasfemé una nota y después de rabiar unos minutos dejé mi ego a un lado y me contacté con un número de la policía para informar acerca de mi descubrimiento.

—¿Jhon?

—Aquí el oficial Quiceno, ¿del otro lado quien habla?

—Soy la periodista loca, la de siempre, —rio—.

—Ahh ya me acordé de ti, que novedades me tienes loquita.

—Una que te puede asegurar un ascenso.

—¡No juegues! Ya cuéntame ¿qué es lo que te traes?

—Necesito verte... y te lo digo...

Dos días después, cuadrangulando todas las cámaras de vigilancia, del recorrido del ladrón pudieron unir secuencias que permitieron hacer un dibujo de su rostro. Con detalle de su altura, contextura. Y con las alertas silenciadas para la prensa el ladrón no pudo notar los últimos alcances de la policía sobre él.

Javier Augusto, los últimos días había pasado mucho tiempo editando sus pensamientos, escogiendo cuidadosamente sus palabras. Limpiando sus movimientos pasados como acostumbraba. Podía arreglárselas con láseres, trampas de seguridad pero había un tipo especial de peligro que podía esconderse en palabras como «novia» y precisamente desde hace solo dos días tenía una. No había estado nervioso en absoluto durante las etapas de planificación de todas sus fechorías como esa tarde en particular, ni cuando había elegido sus escondites, ni siquiera cuando su primer robo. Javier Augusto, había seleccionado cuidadosamente su atuendo. Y en cuanto las puertas del ascensor se abrieron, vio a una seductora mujer que se le lanzó envolviéndolo en un abrazo, con un fondo de acordeones y violines. Se aterrorizó de repente. Al restaurante, ingresó la policía...

—Alto, queda usted detenido por el robo del banco central y por ser sospechoso de ser Guantes de seda

—Con un brillo en los ojos me dijo especialmente travieso. : —Oh, ya veo. ¡Me engañaste!

*Escrito por Esperanza Renjifo*
*Lima - Perú*
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