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Iaku, El Hijo de la Selva (III)
Capítulo 3: La Estrategia de la Selva

Tres semanas después del ataque

El sol despuntaba sobre la espesa selva, bañando el claro donde se encontraba Iaku, junto a sus guerreros, en plena sesión de entrenamiento. El aire vibraba con la intensidad de sus movimientos, el silbido de las flechas cortando el aire y los gritos de batalla resonando entre los árboles.

Iaku, bajo la tutela de Wirakoa, había experimentado una transformación radical. Su cuerpo, antes delgado y ágil, ahora se movía con la fuerza y precisión de un jaguar. Su mirada, antes llena de incertidumbre, ahora destilaba una determinación inquebrantable.

A su lado, un grupo de guerreros cuidadosamente elegidos por Wirakoa, se había convertido en una fuerza formidable. Cada uno de ellos había perfeccionado sus habilidades en el combate, aprendiendo a manejar con maestría las armas ancestrales de su pueblo y a aprovechar la fuerza de la selva a su favor.

Wirakoa, que observaba con satisfacción el entrenamiento, dijo: "Iaku, has progresado mucho en estas semanas."

"Gracias a tu sabiduría, Wirakoa", respondió con una reverencia Iaku, "Tus enseñanzas me han guiado y me han dado la fuerza para enfrentar lo que se avecina."

"No solo tú, Iaku", continuó Wikakoa. "Todos los guerreros que te acompañan han demostrado una gran dedicación y valentía. Juntos, forman una fuerza formidable."

"Estamos listos para defender a nuestro pueblo, Wirakoa", dijo el guerrero Wahabi, alzando su lanza. "No dejaremos que nadie vuelva a amenazar nuestra paz."

Y el arquero Gudya rugió feroz: "¡Que caiga sobre nuestros enemigos la furia de la selva!"

Iaku, con una mirada inspiradora, dijo: "Recuerden, guerreros, la selva está con nosotros. Ella nos guía, nos protege y nos da la fuerza para vencer. ¡Luchemos con honor y con valor!

Todos respondieron con un rugido atronador, levantando sus armas hacia el cielo. La selva, como si respondiera a su llamado, susurró entre las hojas, confirmando su apoyo a estos valientes guerreros.

Mientras tanto, un grupo de exploradores, liderados por el astuto guerrero Tecuani, se abría paso entre la densa vegetación, siguiendo un rastro casi imperceptible para ojos inexpertos. Tecuani, con su agudo oído y su mirada penetrante, guiaba a sus hombres con paso firme y silencioso, como si la propia selva le murmurara los secretos del camino.

Días atrás, Wirakoa les había encomendado una misión crucial: encontrar el campamento enemigo y evaluar su fuerza. La amenaza que se cernía sobre su pueblo era demasiado grande como para ignorarla, y solo con información precisa podrían elaborar un plan de acción efectivo.

“Siento los enemigos cerca”, susurro Tecuani. “Reduzcan el paso y mantengan la guardia alta.”

“¿Crees que nos hayan descubierto, Tecuani?” Pregunto por lo bajo, Gazuti, uno de los exploradores que iba a su lado.

“No lo creo. Son demasiado arrogantes para creer que nos atreveríamos a adentrarnos tan profundo en su territorio”, respondió con una sonrisa tranquilizadora Tecuani.”Pero debemos ser cautelosos.”

“¿Dónde crees que esté su campamento?”, insistió Gazuti mirando en derredor.

“Sigan el sonido del río”, respondió Tecuani señalando con la mano, “Allí es donde suelen establecerse.”

Los exploradores avanzaron con cautela, siguiendo el curso del río. La tensión era palpable en el aire, y cada crujido de una rama o el canto de un pájaro los hacía detenerse en seco.

Tras horas de seguir el curso del río, Tecuani y sus exploradores llegaron a un claro en la selva. Ante sus ojos se extendía un campamento enemigo fortificado, un bastión de guerra que parecía desafiar al mismísimo corazón de la naturaleza.

El campamento estaba rodeado por una empalizada de madera robusta, reforzada con troncos puntiagudos que servían como improvisadas estacas defensivas. Un foso profundo, repleto de agua estancada y repleta de cocodrilos hambrientos, rodeaba la empalizada, creando una barrera infranqueable para cualquier intruso que no conociera un camino secreto.

Dentro de la empalizada, una multitud de hombres armados se movía con orden y disciplina. Soldados con armaduras rudimentarias patrullaban las calles de tierra apisonada, mientras que arqueros vigilaban desde lo alto de torres de vigilancia construidas con troncos apilados.

Tecuani, observando el campamento con detenimiento, dijo: “Impresionante. Han tomado todas las precauciones para protegerse.”

“Es impenetrable”, opinó Gazuti, “¿Cómo vamos a entrar?”

“Encontraremos algún modo”, respondió enigmático Tecuani. “Confíen en mí.”

Un plan audaz

La luz tenue de la fogata ilumina los rostros de Iaku y Wikakoa. La noticia del campamento enemigo, repleto de bandidos blancos al servicio de la compañía maderera, ha generado una atmósfera tensa en la choza.

“Los exploradores confirman la ubicación del campamento enemigo”, dijo Iaku. “Son más numerosos y mejor armados que nosotros. No podemos enfrentarlos en una batalla directa.”

“La fuerza bruta no nos llevará a la victoria”, asintió Wikakoa. “Debemos ser más astutos que ellos. La selva es nuestro hogar, y aquí tenemos la ventaja.”

“¡Exacto! La selva nos brindará protección y nos ayudará a confundirlos”, dijo Iaku. “Debemos atacar bajo la luz de la luna, cuando la oscuridad sea nuestra aliada.

“Nos moveremos como sombras entre los árboles”, indicó Wikakoa, alzando su bastón de chamán. “¡Los sorprenderemos!”

“Dividiremos a nuestros guerreros en dos grupos” dijo, Iaku. “Un grupo, liderado por mí, atacará desde el frente, creando una distracción. El otro grupo, bajo tu mando, se infiltrará en el campamento por los flancos utilizando las rutas secretas descubiertas por Tecuani.”

“La confusión y el pánico serán nuestros aliados”, afirmó Wikakoa.

Entonces, Iaku, elevando su voz para dirigirse a los guerreros reunidos alrededor de la fogata, dijo: “¡Guerreros Jaguar! La noche de la batalla se acerca. Es hora de defender nuestro hogar y nuestra libertad. ¡Lucharemos con la astucia de la selva y la ferocidad de nuestros ancestros!”

Continuará...

© Roberto R. Díaz Blanco